"Desde chico ya tenía en el mirar
esa loca fantasía de soñar,
fue mi sueño de purrete
ser igual que un barrilete" (Eladia Blázquez)
La última vez que vi a mi abuelo estaba sentado en su sillón de hamaca, mirando cómo el sol se reflejaba sobre los cuadros.
Casi no hablamos -él siempre prefirió los silencios-; sólo dejó entrever que se sentía cansado, y yo bajé la cabeza, resistiéndome a la idea que nos acercábamos al final de su paseo.
Desde entonces no pasa un día sin que me afloren nuestras caminatas sin cruzar palabra, mi primer barrilete que vino de su mano, la caja de tres pisos de lápices standler -quería sacarme pintora y sólo logró que participara en un concurso de manchas- y la muñeca que caminaba por aquel pasillo infinito del aeropuerto hasta llegar a mis brazos.
La muñeca que camina!, gritaba la pequeña pini promediando los años 70.
Dicen que mi abuelo sólo despierta por pocos segundos y pide permiso para irse.
Cómo me duele este final, pero así y todo, Tata, ya es hora, y mientras aferro el recuerdo de tu mano sobre la mía, cierro los ojos abrazando a la muñeca que camina, y ya no tengo miedo, ya no tengo miedo.
Me dejé llevar por la ciudad sin nombre después del mediodía, con un sol agobiante que estiraba mi sombra sobre la vereda de baldosas cuadradas y amarillas, afinándola.
Buscaba la ribera, tal como la había visto navengando tiempo atrás, con un puente delgado que terminaba por perderse en la montaña, flanqueado por altísimos faroles.
Una calle me lo enfrentó, sin querer.
Caminé despacio atravesando el puente, me senté recostándome sobre un balaustro y decidí liberarme de los zapatos de taco alto que llevaban horas torturándome.
Quién me verá, con este calor sofocante?
Aún no había terminado la frase, cuando a toda velocidad aparece él, vestido con unos levis gastados y una camisa por fuera, haciendo acrobacias en el medio de la nada.
Che, me vas a dar una patada, le advertí.
Y él, despreocupado, respondió: imposible, soy Burdon, con una sonrisa de oreja a oreja que dejaba ver una dentadura de teclado imperfecto por dos enormes paletas de conejo de criadero.
-Ajá, y yo soy pini, intentando un momento de relax.
Sin sorprenderse de mis zapatos de taco mal escondidos bajo el bolso, y como si nos conociéramos desde siempre, se sentó a un costado e inició un breve recorrido sobre su autobiografía, mientras alternaba con alguna carcajada al escuchar mi tonada argentina.
No demoró demasiado antes de sugerirme, sister, vayamos a dar un paseo.
Ese sister era entonces una declaración de ingenua bondad que me arrancó un sí rotundo.
Siempre había querido tener un brader y menor, porque las siters me sobraban y con ellas las cosas no venían fáciles.
En el trayecto no emitió sonido, excepto cuando mencionó: verás que bonitos geranios y qué mar.
Hasta que se abrió delante nuestro lo que él llamó Calella de Palafrugell, y ya no pude hablar más.
Cómo iba a expresarle a mi brader Burdon que realmente había dado en la tecla, que me fascinan los pequeños lugares de fachadas blancas, con flores rojas cayendo de macetones y el mar azul que se huele a la distancia.
Todo lindo, todo lindo, repetía.
Me sentí tan conmovida que a modo de mínima recompensa le enseñé cómo seducir a las niñas que se arremoliban a nuestro alrededor: levanta tus cejas, entorna los ojos y con discreción muérdete apenitas tu labio inferior, como si no quisieras hacerlo. Míralas de reojo, con picardía.
Dos espardenyas para ti, me dijo.
Le corregí: dos gardenias, pero había errado.
Burdon se refería a cambiar mis tacos altos por unas cómodas alpargatas como le conté llamamos los argentinos a ese calzado.
De paso cañazo y así con espardenyas ya no lo molestaría más apoyándome sobre su brazo para evitar las caídas provocadas por los tacones.
Fueron las espardenyas, unas cervezas, las habaneras que se escuchaban a lo lejos, la risa de la gente en la playa, y nosotros, que parecíamos amigos entrañables, tumbados en la arena, viendo pasar la vida.
Sabés cómo se llaman esas tres estrellas juntitas?, le pregunté a eso de las 9 de la noche.
Y antes de dejarlo responder, lo hice yo: son las tres Marías y la del medio es la mia.
Por qué tuya?, inquirió
Porque así me llamo yo.
Él siguió abstraído contando las estrellas como si ya no me escuchara.
Todavía creo que lo está haciendo, mientras voy por su jefe para justificar que aún no se ha presentado a trabajar: sí señor, mi hermano menor necesita un descanso, y yo he venido a reemplazarlo.
uno de enero,
dos de febrero,
tres de marzo,
cuatro de abril,
cinco de mayo,
seis de junio,
siete de julio San Fermín.
A Pamplona hemos de ir con una media,
con una media,
a Pamplona hemos de ir con una media y un calcetín.
El la observa a distancia, la mira fijo. Ella lo advierte, y ve cómo levemente inclina su cabeza hacia abajo. Es macho que invita a mujer que espera agazapada.
Se acercan. Impecables. Derechos. Ella se deja tomar en el abrazo, y él la sujeta con firmeza. Ella entrecierra sus ojos y él abre los suyos. Rito que se inicia, con los primeros compases, que preceden al primer paso. El la protegerá y dirigirá, ella confía. Es parte del código. El va marcando el movimiento, la cadencia. Las piernas se rozan, mientras los rostros impávidos, permanecen ligados por un lenguaje que sólo ellos parecen dominar. La música es entonces un telón de fondo.
Alguien ha dicho que quería bailar un tango.
Marlon Brando se ha ido para siempre, dejándonos mucho.
Se subió a Un tranvía llamado deseo allá por 1951.
Fue Marco Antonio en "Julio César" (1952) y Napoleón en "Desiree" (1954).
Fue Salvaje (1954).
Habitó La casa de te de la luna de agosto" (1956),
Batalló en "Sayonara" (1957),
Estuvo en "El Baile de los malditos" (1958),
Se vistió de Piel de Serpiente (1959),
Fue la La jauría humana (1966).
No se quedó sólo con actuar, sino que él también quiso dirigir y lo hizo en "El rostro impenetrable" (1961).
Finalmente, protagonizó mi piedra preciosa (no es nada personal, son sólo negocios) "El padrino" en 1972, y movió los ratones de los jóvenes de los setenta bailando Ultimo tango en Paris (1973), que a treinta años vista llena de nostalgia.
Nostalgia que deja el vacío después de la partida de quien hemos admirado.
Nostalgia que queda cuando, al terminar el último compás, él separa suavemente el brazo de su espalda, redimiéndole una libertad que ella ya no desea.
Marlon si volviéramos el tiempo atrás, y cambiáramos los códigos, bajaría mi cabeza y te sacaría a bailar un tango, antes de la partida.
Laura Restrepo es colombiana y escribe como tal.
avanzar por las líneas de "Delirio" (premio Alfaguara de novela 2004), es ir entrando al mar en un día sofocante mientras se avecina la tormenta.
y se le nota que es mujer, irreverente, magnífica, poseída, que va y viene con la palabra sin miedo a la interpretación -o ya habiéndola interpretado al dedillo-.
están los colores, los olores, los sueños, los recuerdos y un tiempo que no es lineal (como tampoco lo es el recuerdo).
este post va derechito a Colombia con amor, y ojalá que algun día amanezcamos sin violencia.
y ahora, las palabras de Laura Restrepo:
"Yo mientras tanto pensaba en ti, que es lo que hago cuando no quiero pensar en nada, le dice el Midas McAlister a Agustina, digamos que me fascina la textura que adquieres en el recuerdo, lisa y rebaladiza y sin responsabilidades ni remordimientos, algo así como acariciarte el pelo, la pura sabrosura de acariciarte el pelo siempre y cuando eso pudiera hacerse sin consecuencias
mala pasada nos jugó Dios con eso de que una cosa lleva a la otra cosa hasta que se forma la endiablada cadena que no para, te juro que el infierno debe ser un lugar donde te encierran con tus consecuencias y te obligan a lidiar con ellas."