noviembre.
sin números.
sus pies se hunden en el pasto, que todavía conserva algo del rocío de la madrugada.
recorre el perímetro, cruza hasta la pérgola, pasando por debajo del aguaribay, y desde allí ata, con jirones de un pañuelo, una rama del rosal.
iceberg blancas, algunas salpicadas con pequeñísimas tildes rojas.
unas pocas sangraron, piensa, recordando el enero caluroso de la plantación.
dio once pasos de felicidad del rosal al manzano.
no le tenían fe en el invierno cuando dormía, todavía.
despertaron los brotes y las flores que preceden al fruto prohibido.
malena roza el manzano, y siente gusto a strudel en la boca.
se avalanza sobre la tierra y la amasa.
sonríe, pensando que otra fue la suerte del mismo movimiento de sus manos veintipico de años atrás.
saca algo del bolsillo y luego lo pasa sobre sus caderas, con movimientos reiterados, hasta por fin llevarlo a la boca.
la abre y muerde de costado.
jugosa, se chorrea.
sentada junto al manzano, se sumerge en la vida.
(a dani, por ser la lectora que dio fuerza al personaje)
ha perdido el sentido.
la veleta gira enloquecida sobre el techo de tejuela francesa.
todos los vientos confluyen y la arrebatan.
este oeste norte sur.
no habrá más noches, ni cuerpos enlazados, ni jardines, ni cuchillos filosos, ni caderas moviéndose frente al espejo, ni manzanas lustradas, ni besos enchocolatados, ni alma herida, ni quedará paris.
el hombre de la ventana que la enredadera no cubre ha desaparecido junto al otoño.
la última magnolia la recogió otra mujer, arrancándole los pétalos.
el frigorífico se subastó sin base.
sobre el camino de entrada han colocado tosca, sin recondita armonia.
ella se tiende sobre ésta y admite, de a poco, su derrota y su triunfo, apoyando la cabeza sobre el segundo tomo de las mil y una noches.
c´est fini.
(para Sol)
los eucaliptus que están a la entrada, anuncian la tormenta, doblándose y perfumando la tarde.
cuando se acerca el final, ellos también son protagonistas coronados por el arcoiris.
desde la galería de la casa de campo, miro el paisaje y respiro sosiego.
Sol es la hija de una amiga.
tiene tres años, sonríe, habla, percibe que hay un algo diferente entre ella y algunos otros.
Sol no camina.
nació con mielomeningocele.
Sol brilla por si misma e ilumina la casa.
sobrevuela a los caminantes, que muchas veces no tenemos la capacidad de ver ni siquiera las caries que portamos.
ella es más hermosa que todos los arcoiris que coronan a los eucaliptus, y está más allá de ellos.
solamente la lindura de Sol puede generar tanto colores.
a cada cual le fue dado su don.
veamos como con un ukelele y mucha capacidad alguien pudo hacer una maravilla. (sólo un click sobre el título de la canción)
Somewhere Over the Rainbow
music by Harold Arlen and lyrics by E.Y. Harburg
Somewhere over the rainbow
Way up high,
There's a land that I heard of
Once in a lullaby.
Somewhere over the rainbow
Skies are blue,
And the dreams that you dare to dream
Really do come true.
Someday I'll wish upon a star
And wake up where the clouds are far
Behind me.
Where troubles melt like lemon drops
Away above the chimney tops
That's where you'll find me.
Somewhere over the rainbow
Bluebirds fly.
Birds fly over the rainbow.
Why then, oh why can't I?
If happy little bluebirds fly
Beyond the rainbow
Why, oh why can't I?
ella elige con paciencia, en italiano, largo y rojo.
él, entona
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y la (a) prueba.
(para escucharlo, practiquen la virtud que ella ejercita para elegir)
En 1932, cuando tenía diez años, en el jardín de mi abuela, en Camberwell vi una mariposa Camberwell Beauty posada sobre un macizo de ásteres. La reconocí porque días antes había visto una ilustración alas castañas y bordes de color crema- en la estampa de un amigo o en un cromo, y recuerdo que pensé: No es nada extraño. Todo el mundo sabe que las Camberwell Beauties vienen de Camberwell, y por eso se llaman así. Sí. Tenía diez años
Martin Amis, Experiencia.
tenía sólo un año, sobre el césped de lo que fue mi casa de la primera infancia.
ya a los cuatro años, había abandonado ésta, para habitar la ciudad, y, desde entonces, intuí que no me sacaría de encima la sensación de destierro.
las intuiciones de la niñez son las que permanecen.
hemos convivido, sensación y yo, amigablemente una veces, y otras con desasosiego.
es mi compañera de viaje, la que se ha colado por la lente de la máquina fotográfica para capturar momentos en los que tomaba más protagonismo que la fotógrafa, es la que se aferra a mi escritorio que fue de mi abuelo.
al fin y al cabo, ella me tiene bien estudiada y yo a ella.
será por eso que nos queremos tanto.
me levanté al alba por puro placer de verla dormida entre las sábanas.
parece estar en vigilia, como animal que aguarda ser atacado.
toco su frente y mueve su cuerpo, sobresaltada.
vuelvo a su lado.
me nombra entre sueños: ulises, ulises, y me apresa con las piernas.
ya no preciso navegar para encontrarla.
a mi vera, malena se ondula.
sabe hacerlo.
me dejo mecer, arrasar a ciegas.
como a la tarde, cuando mordió mis manos embarradas, después de poner en tierra su romero.
ella inventa: arromérame, y me estremece.
ella canta, todavía, tosca y me convence que todo sigue intacto: permanecemos en el banco aquél, donde me dejó exhausto, tantísimos años atrás.
las levantó de la tierra, después de confundirlas con ella, desgranarla, aplastarla y perfumarlas de romero.
las enlodó.
las dejó arromeradas.
coloreó el agua que las tocó, ligera.
y con los restos de todo, las acercó a su cara.
labradas, astutas, ennegrecidas, non santas, divinas.
y ella se quedó con ellas, comiéndolas.
y él se entregó.